sábado, 9 de abril de 2011

REALISMO: Corot, Cour Bet, Millet , Rousseau

El Realismo se desarrollo a partir de la mitad del Siglo XIX aporximadamente desde 1848. Su maximo esplendor fue en Francia.En este movimiento los artistas buscan representar el mundo del momento de manera verídica, objetiva e imparcial dejando de lado la idealizacion. Se dejan de lado los temas sobre naturales y mágicos, ya que son reemplazados por temas corrientes y la representaron de escenas cotidianas. 
Hay un profundo sentido de la naturaleza , interpretándola desde sus frutos hasta el trabajo sobre ella. Podemos ver una claridad en la paleta, es decir los colores claros, por lo tanto hay poco trabajo claroscuro.

Camille Corot
Jean-Baptiste Camille Corot (París, 16 de julio de 1796 – ibídem, 22 de febrero de 1875) fue un pintor francés de paisajes, uno de los más ilustres de dicho género y cuya influencia llegó al impresionismo.
Jean-Baptiste Camille Corot nació en París, en una casa desde la que se tenía una perspectiva del palacio de las Tullerías, el Sena y El Louvre. De familia acaudalada, Corot recibió una educación burguesa y realizó sus estudios secundarios en la ciudad gótica y normanda de Ruán, entre 1807 y 1812, tales estudios le marcaron definitivamente. Allí vivía con un amigo llamado Sennegon, lector de Jean-Jacques Rousseau y próximo a las ideas ilustradas, de quien adquirió el gusto por la naturaleza. Continuó su formación en Poissy y al concluirla, manifiesta su deseo de ser pintor, pero su padre se opuso a ello y lo empleó como aprendiz en el negocio familiar. Camille, sin embargo, dedicó casi toda su jornada laboral a dibujar, por lo que la familia terminó por Corot ingresó en el estudio de Achille-Etna Michallon, reputado paisajista, de quien aprendió a «observar con exactitud y ser verdadero al reproducir la naturaleza». Pero su temprana muerte le condujo en 1822 al estudio de Jean-Victor Bertin, otro paisajista que le aportó destreza en los principios de composición clásicos que caracterizan los paisajes sosegados y bien estructurados que pintó en Italia entre 1825 y 1828. Ejemplos de esta etapa son Forum (1826) y El puente de Narni (1827), ambos en el Museo del Louvre, París.
Por entonces, Corot muestra ya la frescura de ejecución y la fidelidad al motivo contemplado y esbozado al aire libre («plein-air») que lo convertirán en referencia inexcusable de los impresionistas, entonces en ciernes.
En su primer y más largo viaje a Italia, entre 1822 y 1825, descubre fascinado los efectos de la rotunda luz meridional en Roma y su campiña y, más aún, en Tívoli y alrededores de Nápoles. Los temas pintados en Italia son, con frecuencia, los restos de monumentos de la Antigüedad romana, tantas veces pintados por artistas de toda Europa que acudían a Roma a completar su formación, pero mientras otros pintores repetían los modelos poéticos del clasicismo académico, Corot los pintó tal como los veía, como volúmenes que, sin perder su significación histórica, variaban según incidiera sobre ellos la luz.
La luz italiana le enseñaría otra de sus aportaciones fundamentales al lenguaje pictórico de la modernidad: «El dibujo —decía Corot— es lo primero que hay que buscar. Seguidamente, los valores cromáticos. Éstos son los puntos de apoyo.. Después el color y, finalmente, la ejecución».
En Francia, Corot prefería las horas de amanecer y el crepúsculo, cuando la luz se difumina, para salir al campo a pintar con esto ha logrado atmósferas intimistas y recoletas dadas por el juego de sombras, matices apastelados y la variedad de reflejos mórbidos que aporta la luz solar en su amanecer o en su ocaso. Pero en Italia aprendió que el color pasaba así a ser un factor relativo, cuyo papel en la tela dependía de los demás tonos que lo rodeaban. Con ello no sólo estaba avanzando un principio esencial del lenguaje impresionista, sino del de toda la pintura moderna. Con todo no le falto un cierto toque de romanticismo que se refleja en cierta tonalidad algo melancólica o nostálgica.
De vuelta a Francia, vive en París y Ville d'Avray, pero viaja constantemente por todo el país en busca de nuevos paisajes, existencia itinerante que mantuvo toda su vida. En 1827 envía al Salón de París su obra El puente de Narni y desde entonces expone todos los años. Sus exposiciones en este salón le harían acreedor de las medallas de segunda clase en 1833 y 1849, así como a ser elegido miembro del jurado en 1848, 1849, 1864 y 1870. Además de la exitosa exposición en el Salón de 1860.
En 1830 la Revolución de Julio le sorprende en Chartres, donde pinta la fachada occidental de la catedral de una manera insólita en su tiempo: su singular obra ha alcanzado ya la madurez, y alterna los paisajes bucólicos, de tradición clásica, con vistas fragmentarias y carentes de contenido narrativo, que sólo admiten comparación con los paisajistas ingleses como Constable.
En sus viajes por Francia, frecuenta el bosque de Fontainebleau, donde traba contacto con Daubigny, Théodore Rousseau y los paisajistas de la Escuela de Barbizon, empeñados también en la renovación del género en la pintura francesa.
Todavía irá dos veces más a Italia —en 1834 y 1843—, donde reafirma la importancia que siempre le dio a la representación del volumen en el cuadro a través de la yuxtaposición de tonos diferentes.
En 1844 recibió el encargo de un Bautismo de Cristo para San Nicolás de Chardonnet, en París.
Sin embargo, su obra aún pasa desapercibida: no provoca grandes polémicas pero tampoco obtiene el favor del público y del mercado. Críticos como Baudelaire y Castagnary, elogian sus envíos al Salón, pero no acaba de calar en el gusto del público.
Durante estos años Corot continúa ahondando en la consolidación de su estilo. Para ello será importante su amistad con Constant Dutilleux, un pintor, grabador y editor de Arras al que conoce en 1847 y que le introdujo en el campo del grabado y le enseñó la técnica del cliché-verre, procedimiento que aprovecha para el grabado técnicas fotográficas.


El éxito le llega a Corot con la Exposición Universal de París de 1855,1 donde obtiene una medalla de primera clase y Napoleón III adquiere uno de los seis cuadros expuestos para su colección particular. Tres años después, en una subasta en el Hotel Drouot, alcanza importantes cotizaciones y, en el Salón de 1860, su Danza de las Ninfas obtiene un éxito sin precedentes.

La catedral de Chartres:

Descripción: Óleo sobre tabla. 64 x 51.5 cm.
Localización: Museo del Louvre. Paris
Autor: Jean Baptiste Corot

En esta obra, el tema específico de la catedral gótica pudo sugerírselo Contable, cuya pintura era famosa en París a raíz de su exposición en 1824, además de tener en cuenta la revalorización del gótico propia del romanticismo. Corot, además de ésta, pinta las catedrales de Sens, Soissons y Rouen. El edificio ya no está encuadrado en perspectiva, como en los paisajes clásicos, ni absorbido por lo “pintoresco” de la paisajística campesina, como en Constable. Hay un primer plano árido y vacío (ya que las dos figuras que aparecen, las añadió más tarde), con una construcción de sillería y un montículo con un poco de hierba y dos arbolitos. Puede extrañarnos el montículo de tierra que limita la visual y no tiene nada de pintoresco, pero esa tierra revaloriza el corte nítido de los planos del edificio y, la luz, concentrada en los bloques a escuadra, pone en relación con el cielo la volumetría luminosa de la Catedral. Los dos arbolitos oscuros sobre el cielo claro son el contrapunto a las audacias de las luminosas agujas del fondo. Las zonas de sombra tienen su propia calidad tonal, al igual que los planos de luz.
El método pictórico de Corot fue completamente diferente del de sus contemporáneos que, comenzaba por establecer en una tela fina ligeramente coloreada el efecto luminoso que le ofrecía el motivo que quería representar, por medio de una grisalla, para lo que usaba los colores tierra, ocre, negro y blanco. Era muy importante para él, precisar de una vez la sombra más fuerte y la luz más intensa, ya que luego recubría esta grisalla de tonos coloreados buscando los valores justos y la armonía de los colores. A esta forma, corriente en ese momento, añadía una peculiaridad personal, ya que aunque desde el Renacimiento, estaba admitido que, para representar las sombras no había que emplear tonos que contuviesen el blanco, por lo que era necesario aplicar voladuras transparentes, Corot usó el blanco en casi todos los tonos con el fin de conseguir cierta opacidad y al mismo tiempo dos registros, uno transparente y el otro, opaco.


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